jueves, 12 de enero de 2023

Un taller literario de infancia

"Poemas Inmortales"

Cuando niños vivíamos lejos del colegio y cada mañana era una pequeña travesía cruzar Santiago mientras amanecía. En el camino nuestro Papá a veces se empeñaba en enseñarnos poemas. Suena bien, poético, pero la verdad es que muchas veces me cargaba. Del mismo modo que era odioso cuando nos hacía cantar “La cumparsita” mientras tocaba el piano. Supongo que algo de sus genes alemanes hacía que estas actividades fueran más una obligación que algo lúdico. Como cuando le preguntaba algo y él me contestaba “A ver, piensa”. Y en el estilo más socrático me hacía analizar hasta llegar a la respuesta.

Probablemente dado que su intención era buena, mirando ahora atrás con la distancia de varias décadas son recuerdos significativos. Como dijo mi hermana Marilú, esos poemas pasaron a ser parte del acervo cultural de nuestra familia. Así como los cientos de libros que siempre ha habido en casa amontonados en distintos rincones, repisas, mesas, sillones y hasta camas.

Lo primero que recuerdo haber querido ser “de grande” fue escritor. Me pregunto ahora en qué medida estas lecciones de poesía mañaneras tuvieron influencia en mis deseos y logros en las letras. En términos prácticos nuestro Papá nos hizo un taller de poesía que se paseó por muchos grandes de la literatura hispanoamericana e incluso el humor. Todavía hoy puedo recitar (y gozo haciéndolo) “Tomai, el elefante”, “Al brillar un relámpago” o el humorístico “El cabello más dorado”.

Por otro lado, también en las noches nuestro papá nos reunía para leer “La historia del hombre”, unos libros editados por la mítica revista Mampato. Conversábamos sobre conquistas romanas, la caída de Constantinopla, Alejandro Magno y tantos otros. Otras noches nos leía la Biblia y la comentábamos. Debo decir que muchas de esas lecturas aún hoy a veces las uso como enseñanzas y metáforas con mis pacientes.

Todos estos recuerdos de la infancia en mi familia, a pesar de lo lejanos en el tiempo, parece como si estuvieran al alcance de la mano. Como si fuera ayer que recitábamos Antoñito el Camborio rumbo al colegio en un chevrolet Bel Air.

Todos estos poemas salían inagotables de la memoria de nuestro padre. Hace unos años en unas vacaciones en Futrono con mis papás y mi hijo Nicolás, recordábamos algunos poemas con la hermosa vista al lago Ranco. Ahí se me ocurrió la idea de hacer una antología recopilando todos los poemas que recitábamos de niños. A los que se sumaron muchos más que mi papá recita de corrido. De hecho, él puede recitar el libro casi completo y, como dijo mi hermano Hans, podría formar parte de la comunidad a la que Montag se une al final de “Fahrenheit 451”. Preservando las letras en su mente y traspasándolas a otras generaciones.

Al recorrer el poemario se pueden disfrutar diversos autores, estilos, temáticas, toda una antología poética. Sin embargo, para mí es como un diario de vida familiar que uno encuentra perdido en un cajón y lo lleva a rememorar la infancia. 

Porque la historia de una familia también se escribe a través de los poemas que comparten...

Pues ¿qué es la vida sin poesía?